Ben Smith y la 'tiktokización' del periodismo
El fundador de The Semafor y ex de Buzzfeed y de Politico alerta sobre la obsesión por 'tiktokizar' el periodismo y apuesta por las herramientas que 'hacen comunidad' para los medios.
Acabo de leer una entrevista a Ben Smith en El Mundo que recomienda esta semana el boletín de periodismo de la Fundación Luca de Tena, perteneciente al grupo Vocento. En ella, hace un repaso a la situación de la industria periodística desde su experiencia como fundador de un medio de calidad como Semafor, pero, antes, también como columnista de Politico y como una de las figuras más prominentes con las que Jonah Peretti quiso darle una pátina más periodística a Buzzfeed, su proyecto de noticias virales.
Podría decirse que Ben Smith lo ha probado casi todo en esto del periodismo en la era de las pantallas. Desde los medios tradicionales a los nuevos digitales especializados y a la alocada carrera por la viralidad que iba a desplazar al mainstream periodístico y que acabó siendo víctima de los cambios de los algoritmos de Google y de Facebook.
Ahora, Ben Smith publica un libro, Traffic (todavía sin edición en español), en el que rememora su paso por Buzzfeed y reflexiona sobre las estrategias de viralidad a la que se lanzaron los medios en busca de un volumen de visitas que les iban a llevar de nuevo a un paraíso de publicidad que luego nunca llegó.
En tal sentido, Smith es un ejemplo de cómo gran parte de la tribu periodística ha pasado por las tres fases de la relación de los periodistas con las redes sociales.
El escepticismo inicial, y hasta un cierto desdén muy poco fundado, ante su impacto real.
La fase de deslumbramiento, cimentada sobre el milagro de la multiplicación de los panes, los peces y las visitas a los medios procedentes de esas mismas redes sociales y motores de búsqueda y sobre la adicción a unas plataformas que ofrecían una exposición pública monumental a los periodistas.
Y la fase de la decepción, que arranca cuando los medios se dan cuenta de que estas plataformas a las que cedían gratis sus contenidos también se quedaban con la publicidad que antes iba a a los periódicos, las radios y las televisiones y cuando los periodistas observan que su tráfico procedente de las redes no es el que pensaban y que tampoco ayudan a las marcas que le dan de comer.
Hoy, pasado el tiempo, Ben Smith se muestra tan escéptico como el que más con el papel de las redes sociales en la distribución del periodismo y carga contra esa obsesión por apuntarse a la última tendencia sin comprobar mínimamente si ésta sirve para generar una conversación compartida en torno a las cuestiones que se publican en los medios o para fortalecer una base de lectores comprometidos con sus marcas periodísticas de referencia, en suma, para crear una comunidad.
En particular, me llama la atención cuando se detiene a evaluar la red social más adictiva que se recuerda en años: “TikTok es, básicamente, una plataforma de entretenimiento. Cometemos un error al compararlo con Facebook y Twitter, es un medio completamente diferente, mucho menos centralizado: yo no sé lo que tú estás viendo, tú no sabes lo que estoy viendo yo; todo es muy aleatorio y a menudo, muy estúpido, desconectado del tiempo y de la política. No veo qué puede ofrecer a un editor de noticias”.
La mayoría de las grandes cabeceras están destinando a algunos de sus periodistas y gestores de redes a explorar las posibilidades de captar a las audiencias más jóvenes que hoy están en esa red o, al menos, para intentar entender cómo consumen la información esas nuevas generaciones que hoy ‘viven’ en Tik Tok, en Twicht, en Youtube o en las stories de Instagram.
No me parece mal. De hecho, creo que es una decisión aconsejable en cualquier redacción periodística que esté abierta a los cambios y que entienda que el mundo del que venimos no va a volver. Habrá que estar donde están los lectores, ¿no? Es de sentido común.
Pero comparto el juicio crítico de Ben Smith sobre Tik Tok porque soy de los convencidos de que igual que hay que estar donde está la gente, no hay que deslumbrarse con todo lo que se ponga de moda y, por el contrario, lo que toca es centrarse en explorar las nuevas (y no tan nuevas) maneras de llegar a la audiencia que pueden ayudarnos mucho más a construir esa comunidad, a tejer las relaciones de confianza que son esenciales para la construcción de cualquier proyecto periodístico.
Y como nuestro tiempo es tan finito como los recursos de los que podemos disponer, me decanto en estas situaciones por apostar por otras herramientas de exploración de la audiencia como las newsletters, los podcast o cualquier otra vía para buscar una cierta complicidad y afinidad con los lectores que se comprometen con las noticias…y para financiar el periodismo.
Los medios y los periodistas de calidad saben que, además de informar, tienen que entretener, tienen que saber contar historias con garra, con estilo, con fuerza. Y también pueden crear o adquirir productos más cercanos al entretenimiento (que se lo digan al New York Times). Pero no es lo mismo dedicarse al periodismo con pasión y abrir todas las puertas a la creatividad que pensar que el periodismo es un producto más para las plataformas de entretenimiento.
El camino de los medios no puede ser lo más parecido a meterse en una cueva a la espera de que acabe la tormenta perfecta que están soportando, pero tampoco el de su tiktokización, que será todo lo entretenido y adictivo que queramos, pero que ayuda entre poco y nada a fortalecer una comunidad de lectores, oyentes y telespectadores con los que puedas compartir una visión de la vida, esa “nación hablándose a sí misma” de la que hablaba Arthur Miller refiriéndose a los periódicos y que, ya me podéis llamar un ingenuo, sigue pareciéndome una definición tan actual como cuando la hizo el gran escritor norteamericano a mediados del pasado siglo.