El lobby y el colesterol
El lobby es una práctica que es legítima y que es aconsejable. Pero con reglas y sin esas mesas camilla donde se cuecen decisiones que necesitan ser más transparentes.
Tenía pendiente detenerme en un artículo que firmaba hace unos domingos en El País un excelente periodista y también amigo, Ángel Munárriz, con un titular que llama la atención: “El agujero de descontrol y opacidad del lobby en España’.
En el texto se compara lo que pasa en España con lo que ocurre en esta materia en países como Francia o Alemania y en instituciones como las europeas.
Munárriz pone el ejemplo real de una reunión por videoconferencia que mantuvo un representante de Iberdrola con la directora general de Energía de la UE, Ditte Juul Jørgensen, para hablar sobre políticas de transición verde y nos recuerda que conoce de esta reunión porque en Bruselas hay un registro que obliga a dejar constancia, y todo detalle, de las reuniones que tengan los cargos públicos con representantes de empresas, asociaciones, etcétera.
Como advierte en el párrafo siguiente el periodista, si en vez de ser en la UE, esta reunión se hubiese celebrado en el Congreso o en el Senado, lo más seguro es que nadie supiese de la existencia de ésta por la simple razón de que allí no hay un registro de actividades de nuestros representantes públicos y, en consecuencia, no tenemos manera de saber con quiénes se reunieron, de qué hablaron y qué concluyeron. Nada. Cero. Las explicaciones, como dice el viejo refrán, al maestro armero, que en este caso tampoco se sabe dónde está.
Pues bien, aquí tienen una oportunidad nuestros gobernantes y nuestros representantes públicos en el Congreso y en el Senado para mejorar esa transparencia que siempre aparece en sus discursos y desaparece de sus escritos oficiales.
Aprueben leyes que vayan más allá de códigos de conducta que conducen a calles sin salida y pongan un cierto orden…como reclaman, entre otras, las consultoras de asuntos públicos que defienden los intereses de las empresas en estas instituciones y que son las primeras que están hartas de este capitalismo de trabuco en el que los negocios se hacen a base de favores y contactos.
El lobby es como el colesterol. Hay lobby bueno y lobby malo. A mi juicio, es una práctica que es legítima y que es muy aconsejable pues permite una conversación amplia sobre los asuntos que nos afectan a todos. Pero necesita reglas. Y la mayoría de quienes ejercen este oficio prefieren que sea una actividad de agendas abiertas antes que de mesas camilla donde las cosas se arreglan con apretones de mano y con acuerdos que luego suelen ser difíciles de explicar.
Ese lobby casposo y propio de un capitalismo de amiguetes pertenece, o debería pertenecer, al pasado. Pero, para dejarlo atrás, hacen falta reglas del juego que delimiten el escenario de actuación y clarifiquen con más rigor qué se puede hacer y cómo hay que hacerlo. Y esas reglas se tienen que acordar en el Congreso y en el Senado.
En el artículo se desliza que el freno en la adopción de las medidas legislativas puede deberse a la falta de voluntad política y al recelo de sindicatos, patronales y colegios profesionales, que, según una fuente consultada, no querrían una ley que podría hacerles perder o compartir su posición privilegiada de interlocutores sociales con las Administraciones.
Fuese o no fuese así, creo que aquí nos jugamos parte de esa credibilidad perdida en nuestros representantes públicos, que no pueden estar cantando a quien le escuche las bondades de la transparencia para luego ser metafísicamente incapaces de mostrarse mínimamente transparentes cuando toca saber, en el ejercicio de sus cargos. con quién se han visto y porqué.
Creo que hay un anteproyecto de ley que busca regular la actividad de los lobbies, creando un registro público donde se detallen las reuniones y temas tratados entre los grupos de interés y los cargos públicos. Aunque ya veremos si acaba saliendo adelante.
Buen tema. Viví ese mundo 🌎 cuando trabajaba en el Parlamento Europeo.