La paciencia de contar hasta veinte y hasta treinta antes de publicar un tuit
Todos los que participamos en redes sociales como X, donde se discute de actualidad hasta el paroxismo. deberíamos aplicarnos la siguiente máxima: prohibido tuitear antes de pensar.
No soy un ejemplo de contención verbal ni el paradigma de la mesura, pero, como cualquiera que se asome por redes sociales como Facebook o X, he aprendido que, en estas redes, vales más a veces por lo que callas que por lo que dices. O para ser más precisos, he aprendido que, a la hora de expresar una opinión, debería de contar hasta veinte y hasta treinta antes de meterme en algún que otro jardín al que nadie me ha invitado.
Será por eso que en unas cuantas ocasiones he ido a escribir un tuit y antes de publicarlo, lo he borrado para ahorrarme alguna de esas deliciosas trifulcas en la que uno se termina preguntando porqué hay gente que se dedica en cuerpo y alma a odiar a los demás o que se erige en el hooligan mayor del reino, depositario de las esencias de su causa política o del equipo de fútbol del que es un fanático recalcitrante.
Esto de contar hasta veinte, hasta treinta y hasta cincuenta antes de publicar un tuit o un comentario en Facebook es un ejercicio en el que me he disciplinado para controlar lo que podríamos definir como la REE, la respuesta rápida emocional que desde nuestro cerebro nos anima a soltar alguna bravata, una frase que nos parece ingeniosa o un zasca a quien creemos que se merece el escarnio de la afición.
Yo me dedico a opinar de casi todo en televisiones y radios. Estoy, pues, acostumbrado a las réplicas y las contrarréplicas. Y como tantos periodistas, no me siento especialmente incómodo en sitios donde se discute como en una pelea de gallos virtual.
Pero ya hace tiempo que me di cuenta de que no puedo caer en en la insensatez de pensar que debo entrar en todas las cuitas apasionadas que aparezcan por mi timeline ni que tenga que responder a todos los cazadores de likes que se han estudiado a fondo el método para incendiarlo todo con un par de tuits.
Ahora bien, sin excesos. Yo me refiero a no entrar en el cuerpo a cuerpo con el primer bilioso que derrame su demagogia por Twitter. no a que huyamos de todo y que tengamos miedo de expresar lo que pensamos y lo que sentimos.
Estaría bueno que ahora tuviéramos miedo no a medir nuestras palabras, que es algo prudente y aconsejable, sino a ejercer nuestro derecho a decir lo que nos venga en gana mientras lo hagamos desde la honestidad y sin faltar a nadie.
No, yo hablo de no ir a todas las guerras, de no participar de los peores gallineros y de algo tan sano como es pensar antes de tuitear, que ya sabéis que es menos común de lo que parece.