Rodeados por los lugares comunes y las chanzas tribuneras
¿Debe un debate ajustarse a la realidad histórica de los hechos si se trata de un programa de entretenimiento o nos podemos permitir en ellos unas cuantas 'licencias'?
Desde hace unos días circula por las redes sociales un vídeo que corresponde a un programa de la televisión pública española en la que invitados muy famosos como Mercedes Milá o Santiago Segura se marcan unas risas sobre el conquistador español Hernán Cortés, al que pintan poco menos que como un pionero de los genocidios intercontinentales, hasta que uno de los participantes en el programa, el ex ministro José Manuel García Margallo, les ofrece abundantes datos históricos que desmienten las acusaciones que estaban profiriendo los invitados. Es decir, les desmontaba con datos las falacias que servían de pretexto para sus chanzas.
La verdad es que, sin llevarlo a las trincheras ideológicas (esto no va de izquierdas y derechas, sino de cómo hacer un debate más o menos riguroso en un programa de entretenimiento), esto tiene una reflexión sobre cómo se usan tantos lugares comunes, prejuicios y verdades aposentadas que no lo son tanto cuando se celebran debates en los medios de comunicación.
Yo no sé de historia como para debatir con alguien que te aporta tantos datos sobre un hecho histórico, pero lo que es seguro es que si me empeño en responder a esos datos con chascarrillos propios de una leyenda negra de tercera división, lo normal es que me pinten la cara, como hace aquí Margallo con Milá y con Segura.
Dicho esto, también confieso: después de tantas tertulias, no seré yo el que tire la primera piedra. Y menos el que participe de un linchamiento como el que estamos viendo en las redes. Todos, en alguna ocasión, hemos tirado de algún lugar común o de un tópico en una discusión en medios.
El problema es cuando hacemos que ese lugar común sea lo habitual y cuando tiramos una y otra vez de argumentos simplones y tribuneros para ganarnos a la audiencia.
Se suele decir que, en estos casos, prima más el entretenimiento y el show a la información. Diría más bien que lo que prima es el prejuicio sobre el juicio y el sesgo sobre los hechos.
No nos importa soltar una idea que juega a favor de lo que piensa nuestra tribu y nos sentimos reconfortados por el aplauso de los nuestros sin pararnos a pensar ni por un segundo si lo que decimos es sólido o pertenece a ese terreno resbaladizo en el que no se sabe si lo que afirmamos tiene fundamento o es, digamos, algo muy cercano a una leyenda urbana.
Un programa de entretenimiento puede y debe darse unas cuantas licencias, pero me pregunto si una de ellas es la de aplaudir alborozados las frases que se dicen por ser políticamente correctas sin haber contrastado si tienen algo de ciertas. Mi respuesta es que no, y que faltar a la verdad o distorsionar las realidades históricas no debería ser parte de ningún show, pero bueno, doctores tiene la iglesia y programadores tiene la televisión.