Tenemos el derecho a saber si lo que vemos lo ha creado un humano o una IA
Si sabemos de dónde procede cada tomate, cada lechuga o cada fresa que nos comemos, porqué no vamos a tener el derecho a saber si un texto un dibujo están hechos por un humano o un algoritmo
Algunas librerías españolas han retirado de sus estanterías la edición española de la nueva novela de Katherine J.Chen, Juana de Arco, en protesta por el supuesto uso de la inteligencia artificial (IA) para la confección de su portada. La editorial que distribuye el libro en España (Destino, un sello de Planeta) afirma que las denuncias sobre este uso no se ajustan a la realidad y que la portada fue hecha por un diseñador de su equipo de ilustradores y que éste usó “programas de diseño habituales que contienen desde hace tiempo utilidades de IA”.
Más allá de cómo se haya creado esta portada, me interesa el debate de fondo que suscita.
Podríamos pensar que la reacción airada de estos libreros es la respuesta clásica de luditas posmodernos que no quieren aceptar la llegada de una herramienta que también trastocará la industria del entretenimiento. ¿Cuál sería el problema de que se usara la IA para hacer una portada? Si tenemos la posibilidad de utilizarla, ¿porqué desechar la herramienta con estos aspavientos y enfados? ¿no se dan cuenta de que este camino de la inteligencia artificial tiene poca vuelta atrás?
Pero si nos quedamos con esta primera impresión, a lo mejor no somos justos. Entre otras razones, porque cometeríamos el error de simplificar la cuestión y circunscribirla a un debate muy pobre sobre el uso de la IA para las producciones intelectuales y artísticas, un debate binario en el que nos obligasen a tomar partido en favor o en contra de su uso.
Y la cuestión, ya lo sabéis, no es si estamos a favor o en contra de ella sino en torno a cómo la vamos a utilizar, cómo va a convivir la creación humana con la creación algorítmica y cómo vamos a proteger los derechos de autor de los creadores…si es que seguimos pensando que crear tiene un valor y que éste no tiende a cero.
En el caso que nos ocupa, los mismos libreros que han rechazado la distribución de esta novela histórica sostienen que ellos no están en contra del uso de la IA, sino con que se utilicen contenidos creados por ilustradores humanos, y rastreados y detectados en internet por los algoritmos, que luego sirven de base para las creaciones hechas con las distintas herramientas de inteligencia artificial.
No diré que los algoritmos plagian a los humanos, pero sí que se me antoja imprescindible que desde la industria de la creación de contenidos se empuje en favor de una regulación de la trazabilidad de estos productos de IA semejante a la que, por ejemplo, tienen los productos de la industria agroalimentaria.
Si sabemos de dónde procede cada tomate, cada lechuga o cada fresa que nos comemos, porqué no vamos a tener el derecho a saber si un texto, un dibujo o un audio están hechos por un humano o han sido ‘refritados’ por una inteligencia algorítmica.
Si nos aporta tranquilidad pensar que los medicamentos que consumimos son fiables, porqué no podemos pensar que igual que hay una Agencia del medicamento tendría que haber una Agencia de la propiedad intelectual…de la inteligencia artificial.
No tengo la menor duda de que el impacto de la IA será disruptivo en todos los sectores de la sociedad de la información, la cultura y el entretenimiento. Pero el que asuma que habrá que adaptarse a este nuevo escenario no quita para que piense que no podemos cometer con las empresas que controlen la IA el mismo error que se perpetró cuando se les concedió manga y banda ancha a las plataformas que iban a cambiar nuestro mundo desde sus motores de búsqueda y sus redes sociales.
Si yo me compro un libro o una pintura, creo que tengo el derecho a saber si se ha hecho con una inteligencia artificial y me gustaría que esta posibilidad se regulara y que, incluso, se supiera de dónde saca la IA la información que le sirve para ‘inspirarse’ en sus obras y que eso permitiera también recompensar a esos artistas cuya creatividad ha sido detectada por estos no tan presuntos ladrones del talento ajeno en que se pueden convertir estas máquinas si no se controla mejor su uso.
Vamos, por tanto, a ser equilibrados. Sí a la IA, por supuesto, pero sabiendo qué es lo que consumimos, que aquí lo malo no es usar GPT y similares, sino hacer pasar por una creación humana lo que no deja de ser un producto más de las nuevas factorías algorítmicas.