La línea más roja de la comunicación política
A veces, el estratega político pierde el sentido de la realidad casi tanto como su cliente y hace de una campaña o una gestión de gobierno una partida de póquer donde el engaño es una herramienta más.
Hace un tiempo coincidí en una charla con un consultor político latinoamericano que no tuvo reparos en confesar públicamente que había manipulado encuestas para defender los intereses de su cliente, candidato en unas elecciones locales.
El consultor, un tipo muy solvente y experimentado, razonó el porqué: sus rivales en la contienda electoral también manipulaban las encuestas y él no estaba compitiendo por ver quién era el candidato más noble y honrado de su circunscripción electoral.
A él le pagaban por ganar elecciones, no para que le dieran un premio al juego limpio. Y si eso significaba pasarse en la cocina de unos datos hasta distorsionar la realidad, pues se hace y punto: el fin justifica los medios y no se hable más.
He querido contaros esta historia porque creo que es un buen punto de partida para reflexionar sobre cómo los excesos de algunos políticos, de sus partidos y de sus equipos de campaña están convirtiendo el tablero político en un cenagal donde ya no es distinguible la verdad de la mentira y donde el debate político muta en un ceremonial de descalificaciones de trazo grueso donde no vence el que convence, sino el que es capaz de hundir al contrario…y desanimar al votante del rival.
Si escuchamos a algunos consultores y analistas que han visto demasiadas series de HBO y de Netflix, podremos concluir que la comunicación política es un juego en el que se trata de sorprender y epatar a los potenciales votantes mediante la emisión continua de mensajes maniqueos que ensalzan a sus líderes a la vez que destrozan al contrario.
Bien, nos podrá gustar más o menos, pero hay poco que objetar. A la política se viene a pelear, no a hacer meditación zen en el estrado de un Parlamento. Y tampoco es cuestión de hacerse el sorprendido como el personaje del capitán de la Gendarmería francesa de la película Casablanca, cuando ‘descubrió’ a qué se jugaba en el café de Rick.
La dramatización es parte del juego. La política es confrontación de ideas y discusión de opiniones. Y los ciudadanos de un país democrático tienen el derecho a elegir en el supermercado ideológico las ideas que más se amolden a su espíritu y a su razón y a que alguien se las venda como la mejor pócima del mundo.
El problema surge cuando se usan de modo masivo y con el mayor cinismo del planeta técnicas, tácticas y herramientas que promueven el engaño y el juego sucio. Pueden ser unas encuestas manipuladas como también puede serlo la distribución de un bulo que ataca a un rival o la puesta en marcha de una campaña de negación cuyo único fin es destrozar la reputación de un rival con mentiras y manipulaciones burdas y groseras.
Ahí es donde observamos que hay políticos, jefes de gabinete y asesores para quienes ya no existen líneas rojas en la comunicación política y que entienden que no hay mejor manera de remontar unas encuestas o de ganar unas elecciones que convirtiendo el debate público en un estercolero nauseabundo donde todo vale para ganar.
Y ahí es donde hay que pararse a pensar sobre un asunto que tiene consecuencias tóxicas para el medio ambiente político.
A veces, el estratega pierde el sentido de la realidad casi tanto como su cliente y hace de una campaña una partida de póquer donde el engaño es una de tantas reglas del juego.
Puede argumentar, como decía este consultor al que me he referido al inicio, que se debe a su cuenta de resultados en las urnas. Pero cuidado con jugar tan fríamente con un material tan inflamable y sensible como el de la confianza de los ciudadanos.
Si aceptamos que se mienta masivamente, que se juegue sucio y que se manipule si con eso logramos nuestros objetivos políticos, estaremos participando de un movimiento que destroza poco a poco la confianza en la democracia representativa, contribuye a deteriorar nuestras instituciones y alimenta a los peores monstruos populistas, a uno y a otro lado de la trinchera ideológica.
Y eso, hoy, que tenemos al alcance herramientas de IA que nos sirven para manipular aún mejor que antes, nos sitúa en un escenario de una peligrosidad social de la que creo que no somos todavía lo suficientemente conscientes.
Gracias, Juan Carlos, me interesan tus opiniones sobre la comunicación en general. Saludos.
Se miente masivamente y no importa. Me sigo sorprendiendo...