A las plataformas algorítmicas no les gusta la democracia
Los abusos de las tecnológicas que gestionan Facebook, Tik Tok o Google empiezan a dañar su reputación. Pronto veremos si también afectan a sus cuentas de resultados
Quiero compartir con vosotros tres artículos imprescindibles que abordan una cuestión sobre la que me he extendido en otras ocasiones: por qué creo que el poder político y las Administraciones públicas deben ser más contundentes en su lucha contra los abusos de las tecnológicas y cómo tienen que establecer reglas del juego que impidan que estas naciones pantalla terminen siendo más poderosas que los propios estados modernos.
Aquí van:
Cuanto más joven, mejor usuario. Delia Rodríguez reflexiona en su tribuna semanal en El País sobre cómo la laxitud con la que las redes sociales apenas controlan los contenidos violentos que circulan por sus canales. Rodríguez defiende que esta falta de control se produce porque va contra el negocio de las empresas propietarias de estas redes. El silogismo que practican es sencillo: más control es menos dinero. Y no están dispuestos a perder ni un solo euro ni un solo dólar.
La gran desconexión. Los jóvenes, Tik Tok y el futuro de nuestras democracias. Este artículo de Ángela González Montes, publicado en Agenda Pública, describe las consecuencias de que tantos jóvenes usen sólo redes para informarse (un 23% accede a las noticias a través de Tik Tok). González Montes advierte del auge de la desinformación y de movimientos extremistas (muy interesante lo que cuenta sobre la ‘narrativa de la nostalgia’ que practican los partidos de ultraderecha) y aboga por la regulación de los algoritmos bajo principios éticos.
Casa Rorty XXIX: Tecnología y democracia. Manuel Arias Maldonado se acerca a esta discusión con un artículo en Letras libres en el que reflexiona sobre la tensión entre el poder público y el desarrollo de la tecnología en una línea similar a las anteriores, pero desde una aproximación más filosófica.
Cada vez con mayor frecuencia leemos artículos que advierten sobre los efectos más perniciosos de una explosión tecnológica que también tiene un reverso tenebroso capaz de dañar nuestras estructuras democráticas, erosionar la conversación pública y destrozar la confianza en el sistema por la irresponsabilidad de los propietarios de las plataformas sociales, poco dispuestos a regularse a sí mismas si ese control perjudica a sus negocios.
No son artículos apocalípticos, sino descriptivos. Retratan a empresas irresponsables que detestan a los Estados, los consideran un freno a su capacidad para innovar herramientas que mejoran la vida de las personas y no se sienten interpelados cuando les recuerdan los problemas que están causando (desatención, desinformación, violaciones de la privacidad de sus usuarios, etcétera) y la necesidad de que actúen para cortarlos.
En este punto, el problema de las plataformas no va a ser el que no quieran cumplir con determinadas reglas del juego, sino que vaya creciendo la impresión de que sus modelos de negocio son incompatibles con las leyes y normas que rigen en las sociedades democráticas. En suma, que el modo en el que usan sus algoritmos sean incompatibles con la democracia. Y si es así, y no nos dejamos llevar por esta filosofía del caudillaje digital que nos hace adorar a algunos de estos emprendedores como si fueran deidades con sudadera, todos estos killers de las redes y de los buscadores van a enfrentarse a problemas aún mayores de lo que se imaginan.
Veremos pronto por dónde vamos, pero me parece que caminos como los de las demandas millonarias contra Meta, Tik Tok o Google van a formar parte de nuestro día a día del mismo modo que iremos viendo más comparecencias de sus líderes en los parlamentos e instituciones de los principales países de este planeta.