Hartos de la dictadura de los algoritmos
Cada vez hay más personas que, sin dejar las redes, buscan espacios y programas como las newsletters o los podcast que no están tan sometidos a la locura algorítmica de las redes
Hace un par de años escribí un artículo en el que explicaba por qué estaba consumiendo más podcast y más newsletters. Hoy, ya dedico más tiempo a leer a gente a la que sigo en Substack y a escuchar programas a los que me he suscrito en Spotify que el que empleo en navegar por X o por LinkedIn (lo siento, señor Zuckerberg, pero Instagram y Facebook me cansan cada vez más: me canso de escrolear fotos, fotos y más fotos).
¿Por qué este cambio en mis hábitos?
En primer lugar, porque encuentro en estas nuevas plataformas contenido muy interesante en cantidades infinitas y en formatos que me permiten consumirlos con el ritmo, la cadencia y la velocidad que me apetecen. Y como soy diestro en crearme listas (en Twitter lo llevo haciendo hace muchísimo tiempo), pues resulta que casi que me he creado una gran plataforma propia donde sigo a escritores, periodistas, comunicadores y conductores de unos programas que tienen un nivel de calidad y entretenimiento que ya quisieran algunos que tan pomposamente se llaman creadores de contenido.
Y en segundo lugar, porque soy yo, y no un algoritmo salvaje, el que decide qué oferta me llega y cómo accedo a ella. No tengo la sensación de que estoy viendo aquello que quiere una plataforma en particular para así quedarme más tiempo enganchado en sus redes y ser un producto al que endilgarle el mayor número de anuncios posible. Y, además, noto que consumo productos más finitos que me permiten huir de la adicción al scroll.
Pero hay más. Y ahora os hablo como periodista que le gusta participar de la conversación en las redes y escribe en ellas. También escribo más en Substack que en otras plataformas y me he metido en la historia de los podcast con David Cerdá, un gran y brillante amigo, filósofo y economista, con el que converso de los asuntos más variopintos en Algohumanos.
En ambos casos, me mueve la idea de trabajar productos que vayan dirigidos a una comunidad a la que le gusten estos contenidos antes que dedicarme a publicar contenidos como si no hubiera un mañana en plataformas como X que se parecen cada vez más a su dueño.
No he dejado las redes, pero ya no las tengo en el centro de mi estrategia de marca, basada en la creación de contenidos que sigan generando una buena percepción de mi valía profesional. Y la razón es la misma por la que, como consumidor, ‘me ha dado’ por las newsletter y por los podcast. Estoy harto de que mi dieta informativa esté dirigida por los algoritmos de las plataformas y quiero huir de su control. Prefiero una visión más humana de los contenidos, tanto como consumidor como en mi faceta de periodista, consultor y formador que escribe y participa de la conversación pública.
Me encanta que los algoritmos mejoren nuestras vidas, pero no al precio de controlarlas. Y, por esto, he optado, en la medida de lo posible, por buscar espacios en los que el ser humano siga teniendo el mando a distancia de lo que consume y no plataformas en las que ese mando está en poder de los dueños de sus redes y los seguidores no somos más que un producto al que mostrarle más y más anuncios publicitarios mientras nos convertimos en zombis delante de una pantalla.
Utilizar trucos sirve...