Los 'walking dead' de la banda ancha
Hay un estado de flow que es tóxico: el de quien está abducido de tal modo por las redes sociales que no es capaz de socializar en la vida real
Cuando te concentras, te puedes llegar a olvidar de lo que pasa en tu entorno y del propio paso del tiempo. En estos casos, las horas te parecen minutos. Disfrutas del flujo mental del que hablaba el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi cuando describía ese estado de flow en el que estás tan concentrado que fluyes y, en consecuencia, mejoras el rendimiento en lo que estés haciendo.
Pero hay otro flujo mental con connotaciones más negativas. Me refiero al ‘flow del ausente’, el estado de flujo del que está físicamente contigo pero que sabes que está a otra cosa, bien porque está demasiado pendiente de cualquier llamada o notificación de su móvil o bien porque está tan metido en su pantalla que hace caso omiso de lo que ocurre a su alrededor.
En este último caso, no se le puede achacar a esa persona que no esté concentrada. Sí lo está, pero no en los términos más aconsejables, porque más que concentrado, está abducido. Su concentración es ficticia. No es real. La pantalla hace de agujero negro de su actitud y le convierte en un ‘ausente presente’, alguien que está, pero que está como si no estuviera, como si no respondiera a los estímulos de la socialización.
Este flow del ausente es tóxico porque enmascara como concentración lo que no deja de ser un estado de ausencia con efectos secundarios como la falta de autoestima, de desgana, de apatía y de desconexión de una realidad con la que el ausente presente no se identifica.
Las personas que sufren este enganche viven una doble vida: son zombies apocados en la vida real pero maestros de las relaciones públicas en en sus redes. Una disonancia extraña en la que el yo digital es cool mientras que el yo real es gris y les aboca a una extraña soledad que se siente incluso en presencia de otros.
Quien cae en este flow tóxico desarrolla una peor relación con su entorno, preocupa a los suyos y pierde oportunidades de vivir mejores experiencias en el mundo real, que no es ese Matrix descafeinado de Tik Tok, Instagram o Whatsapp por donde andan como walking dead de la banda ancha. Su bienestar emocional se agrieta y sólo se siente bien bajo el efecto placebo de unas redes para las que no es más que un producto al que hay que seguir exprimiendo.
Si te importa la persona que parece vivir en este estado de narcolepsia digital, será mejor que hagas el papel de malo de la película y que le digas está enganchado y que parece un zombi digital. Y, socialmente, harás bien en denunciar este tipo de situaciones cuando las vivas cerca y que no consideres como normal lo que no lo es.
Puedes pasar por alto que alguien se pase todo el tiempo de una reunión viendo un móvil, pero cuando detectas que esa persona vive literalmente pegado a la pantalla del teléfono móvil, lo más honesto no es reírle la gracia o restarle toda importancia a lo que hace, sino advertirle de lo que está pasando.
Y, si aun así, persiste en su actitud, harás todo lo posible por ‘desenchufar’ a esa persona para que vuelva a sentir que es un ser humano que tiene eso que ahora llamamos interacciones y que no son más que las conversaciones de siempre.
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