No podemos dejar que las tecnológicas manden más que los estados
Acemoglu y Robinson nos advierten en 'Poder y progreso' del peligro de dejar que las grandes corporaciones tecnológicas pasen por encima de las instituciones democráticas
He leído estas últimas semanas el libro ‘Poder y progreso. Nuestra lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad’, de los profesores Daron Acemoglu y Simón Johnson. Se trata de un repaso del modo en el que la tecnología ha cambiado el mundo a lo largo de la historia y de cómo son los individuos los que determinan si estas tecnologías benefician sólo a unas determinadas élites o si, por el contrario, llegan a toda la sociedad.
Acemoglu y Johnson describen grandes cambios como los de las innovaciones en la agricultura, la llegada de la imprenta, la revolución industrial o la llegada de la automatización en el siglo XX y explican cómo los Estados y las organizaciones sociales y sindicales surgidas en los dos últimos siglos permitieron, gracias a sus poderes compensatorios, mitigar las colosales diferencias entre ricos y pobres hasta conformar sociedades más equilibradas en las que la gran mayoría de los ciudadanos se beneficiaban de las innovaciones.
En el último tramo del libro, los autores se detienen ante el formidable desafío al que se enfrentan ahora las sociedades por el poder de plataformas tecnológicas como Meta, Google, X o Amazon que nos hacen ver que los terribles abusos que cometen son el precio que hay que pagar a cambio de las mejoras que nos ofrecen.
Hoy, Musk, Zuckerberg, Bezos, Thiel y todos estos popes con almas de bandoleros digitales le están echando un pulso a las democracias porque entienden que pueden imponer sus ‘normas’ por encima de las que se aprueban en los parlamentos. Ya no se conforman con dominar el espacio digital. Quieren más.
Acemoglu y Johnson no se quedan en la queja, sino que proponen acciones de los Estados para pararle pies a estos nuevos señores feudales de internet.
Entre otras, restricciones al modelo de la publicidad programática y a la extraordinaria acumulación de datos personales por parte de estas grandes plataformas, leyes antimonopolio, nuevos impuestos específicos para estas naciones pantalla, exigencias para garantizar mayor transparencia en el uso de los algoritmos y un cambio de modelo en la inevitable automatización de millones de puestos de trabajo que va a llegar de modo inminente con la eclosión del uso de herramientas de inteligencia artificial.
Quizás estás pensando que se trata de batallas perdidas de antemano, pero la historia (y los ejemplos del libro son abundantes) nos dice que los daños colaterales de estas revoluciones tecnológicas no son inevitables.
Las sociedades con instituciones democráticas fuertes suelen domesticar a estos leones libertarios para que los avances y mejoras que surjan de las nuevas disrupciones alcancen a la mayoría de los ciudadanos y no sean patrimonio, como por ejemplo empieza a pasar en la actualidad, con estos nuevos millonarios de banda ancha.
Toca defender estas instituciones y no abonar su descrédito. Y esto nos compete a todos. Mejor que no lo olvidemos.